viernes, 22 de junio de 2012

NACIONALISMO Y PATRIOTISMO

Nacionalismo es patriotismo POR PACHO O´DONNELL En el discurso pronunciado al recibir el Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa se refirió a varios temas, entre ellos el del nacionalismo. Cuando se habla o se escribe es inevitable ser autorreferencial y eso es ostensible en alguien que habiendo nacido en Arequipa, Perú, es hoy orgulloso ciudadano español. En su exposición expresó que “los nacionalismos son una plaga” y también “detesto toda forma de nacionalismo, ideología – o más bien religión– provinciana, de corto vuelo, excluyente, que recorta el horizonte intelectual y disimula en su seno prejuicios étnicos y racistas”. El nacionalismo nació y se robusteció a raíz de las revoluciones liberales burguesas. Vino a reemplazar los vínculos de vasallaje en que se sustentaba la lealtad al señor feudal o la sumisión al monarca absoluto, abriendo un nuevo tipo de relación con el gobierno: la del ciudadano libre dentro del marco del Estado-nación, formando una unidad ligada por elementos comunes como la lengua, la cultura y la historia. Los límites del territorio solían albergar un Estado constituido por una colectividad que se diferenciaba de otras. La Revolución Francesa fortaleció el movimiento nacional como medio de socavar la monarquía absoluta. “Nación” pasó a ser sinónimo de “pueblo” (Rousseau). En ello se sostiene el principio de la soberanía nacional, por el cual la nación es la única base legítima para el Estado. En otro sentido el principio de nacionalidad que mantiene que cada nación debe formar su propio Estado, y que las fronteras del Estado deberían coincidir con las de la nación. Es claro que Vargas Llosa confunde nacionalismo con chauvinismo y fanatismo, que son sus desviaciones patológicas. Lo de los “terroristas suicidas” es consecuencia de circunstancias políticas, religiosas y culturales que se vienen arrastrando a lo largo de las centurias y que no aceptan reduccionismos simplificadores. En nuestra Argentina hemos vivido el nefasto nacionalismo de derechas de los años 30 y 40. Pero un nacionalismo sano es un motor positivo en la marcha de los países. ¿Qué fue si no el nacionalismo, aunque precario en algunos casos, lo que dio base a los movimientos independentistas como el de nuestra Patria? Vargas Llosa insiste en que “la patria no son las banderas ni los himnos”, tan opuesto a “la primera virtud es la devoción a la patria” de Napoleón o a “el que no ama a su patria no puede amar nada” de Stendhal. Si bien la patria no son las banderas ni los himnos, la representan y por ello debo confesar que me emociono cuando veo flamear una bandera argentina o cuando canto el Himno en circunstancias especiales. Para ello no son necesarias circunstancias marciales o épicas. ¿Acaso no es la “glándula patriótica” la que se agita cuando vibramos en conjunto porque nuestros representantes deportivos obtienen un éxito importante? ¿Acaso cuando lucimos por la calle la camiseta del seleccionado nacional de fútbol no estamos haciendo orgullosa ostentación de nuestra condición de argentinos? ¿O cuando nos movilizamos solidariamente para paliar las consecuencias de alguna tragedia climática que afecta a compatriotas en algún lugar de nuestro territorio? No se justifica la diferenciación entre “nacionalismo” y “patriotismo” porque cuando se lo hace se le está adjudicando a aquel injustificadamente lo negativo de la intolerancia. En nuestro país confesarse nacionalista suele requerir aclaraciones: “nacionalista pero sin zeta”, “nacionalista pero no de derechas”. Es previsible que ante la mención de esa palabra en nuestro interlocutor se dispare un aceitado mecanismo de cuestionamiento porque ha quedado asociada a gobiernos autoritarios que han utilizado una supuesta “defensa de lo nacional” para justificar su barbarie. Y lo del “ser nacional” ha servido para censurar, torturar, matar. ¿Qué es ser nacionalista? Lisa y llanamente: amar a su patria. En sentimiento, en pensamiento pero sobre todo en acción. Amar sus paisajes, su gente, su cultura, sus posibilidades. Empeñarse en hacerla mejor, en comprometerse en salvar sus dificultades, en aportar el granito de arena que le corresponde y hacerlo con alegría, con la seguridad de estar haciendo lo que se debe. Fueron nacionalistas los próceres que ofrendaron sus vidas, sus fortunas o su bienestar en aras de la independencia. También lo fueron aquellos que se comprometieron en la oposición a las muchas dictaduras cívico-militares que enturbiaron nuestra democracia. También lo son aquellas y aquellos que todos los días, con sacrificio y denuedo, cumplen con sus obligaciones familiares y cívicas. Ello no implica despreciar lo exterior, lo ajeno, eso sería el chauvinismo que Vargas Llosa critica, una perversión del nacionalismo que ha desencadenado guerras y genocidios, aunque como siempre sucede, los verdaderos y subterráneos motivos sean económicos. El buen nacionalismo no presupone ser mejor que otros, tampoco cree que su verdad deba ser impuesta. Por el contrario, sabe que en lo ajeno hay aspectos positivos que deben ser incorporados para mezclarlo con lo propio y mejorarlo. El buen nacionalista sabe que tiene responsabilidades hacia su patria. Es un patriota, etimológicamente, pertenece “a la tierra del padre”. Y los compatriotas son “hijos de un mismo padre”, hermanos. Por ello, un buen espíritu nacional compele a la intolerancia hacia la precariedad en el acceso a la salud, la educación, la cultura de tantos hermanos/compatriotas sumergidos en la pobreza, de la que una de las culpables es la devastadora corrupción que desde hace mucho tiempo corroe nuestras posibilidades como país. ¿Es imaginable una deuda externa como la que nos estrangula de no ser porque quienes la contrajeron y negociaron estaban más atentos a sus intereses que a los patrióticos? ¿O la venta a precio vil de empresas públicas estratégicas? ¿O la sujeción a las perjudiciales decisiones de organismos financieros internacionales? Son ominosas pruebas del desamor hacia lo que debería ser amado.